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Cuarto lamento acróstico[a]

El profeta

¡Perdió el oro su brillo!
¡Quedó totalmente empañado!
¡Por las esquinas de las calles
quedaron regadas las joyas del templo!

¡Oro puro! Así se valoraba
a los habitantes de Jerusalén,
¡pero ahora no valen más
que simples ollas de barro!

Bondadosas se muestran las lobas
cuando alimentan a sus cachorros,
pero las crueles madres israelitas
abandonan a sus hijos.

Reclaman pan nuestros niños,
pero nadie les da nada.
La lengua se les pega al paladar,
y casi se mueren de sed.

En las calles se mueren de hambre
los que antes comían manjares;
entre la basura se revuelcan
los que antes vestían con elegancia.

Cayó Jerusalén, pues ha pecado
más de lo que pecó Sodoma.
¡De pronto se vino abajo
y nadie pudo ayudarla!

Increíblemente hermosos
eran los líderes de Jerusalén;
estaban fuertes y sanos,
estaban llenos de vida.

Tan feos y enfermos se ven ahora
que nadie los reconoce.
Tienen la piel reseca como leña,
¡hasta se les ven los huesos!

A falta de alimentos,
todos mueren poco a poco.
¡Más vale morir en la guerra
que morirse de hambre!

10 ¡Destruida ha quedado Jerusalén!
¡Hasta las madres más cariñosas
cocinan a sus propios hijos
para alimentarse con ellos!

11 El enojo de Dios fue tan grande
que ya no pudo contenerse;
le prendió fuego a Jerusalén
y la destruyó por completo.

12 ¡Terminaron entrando a la ciudad
los enemigos de Jerusalén!
¡Nadie en el mundo se imaginaba
que esto pudiera ocurrir!

13 Injustamente ha muerto gente
a manos de profetas y sacerdotes.
Dios castigó a Jerusalén
por este grave pecado.

14 Juntos andan esos asesinos
como ciegos por las calles.
Tienen las manos llenas de sangre;
¡nadie se atreve a tocarlos!

15 En todas partes les gritan:
«¡Fuera de aquí, vagabundos!
¡No se atrevan a tocarnos!
¡No pueden quedarse a vivir aquí!»

16 Rechazados por Dios,
los líderes y sacerdotes
vagan por el mundo.
¡Dios se olvidó de ellos!

17 Una falsa esperanza tenemos:
que un pueblo venga a salvarnos;
pero nuestros ojos están cansados.
¡Nadie vendrá en nuestra ayuda!

18 Se acerca nuestro fin.
No podemos andar libremente,
pues por todas partes nos vigilan;
¡nuestros días están contados!

19 Aun más veloces que las águilas
son nuestros enemigos.
Por las montañas y por el desierto
nos persiguen sin descanso.

20 La sombra que nos protegía
era nuestro rey;
Dios mismo nos lo había dado.
¡Pero hasta él cayó prisionero!

21 Esto mismo lo sufrirás tú,
que te crees la reina del desierto.
Puedes reírte ahora, ciudad de Edom,
¡pero un día te quedarás desnuda!

22 No volverá Dios a castigarte,
bella ciudad de Jerusalén,
pues ya se ha cumplido tu castigo.
Pero a ti, ciudad de Edom,
Dios te castigará por tus pecados.

Footnotes

  1. Lamentaciones 4:1 Acróstico: Véase nota en 1.1.

El castigo de Sion consumado

¡Cómo se ha ennegrecido el oro!

¡Cómo el buen oro ha perdido su brillo!

Las piedras del santuario están esparcidas por las encrucijadas de todas las calles.

Los hijos de Sion, preciados y estimados más que el oro puro,

¡Cómo son tenidos por vasijas de barro, obra de manos de alfarero!

Aun los chacales dan la teta, y amamantan a sus cachorros;

La hija de mi pueblo es cruel como los avestruces en el desierto.

La lengua del niño de pecho se pegó a su paladar por la sed;

Los pequeñuelos pidieron pan, y no hubo quien se lo repartiese.

Los que comían delicadamente fueron asolados en las calles;

Los que se criaron entre púrpura se abrazaron a los estercoleros.

Porque se aumentó la iniquidad de la hija de mi pueblo más que el pecado de Sodoma,(A)

Que fue destruida en un momento, sin que acamparan contra ella compañías.

Sus nobles fueron más puros que la nieve, más blancos que la leche;

Más rubios eran sus cuerpos que el coral, su talle más hermoso que el zafiro.

Oscuro más que la negrura es su aspecto; no los conocen por las calles;

Su piel está pegada a sus huesos, seca como un palo.

Más dichosos fueron los muertos a espada que los muertos por el hambre;

Porque estos murieron poco a poco por falta de los frutos de la tierra.

10 Las manos de mujeres piadosas cocieron a sus hijos;(B)

Sus propios hijos les sirvieron de comida en el día del quebrantamiento de la hija de mi pueblo.

11 Cumplió Jehová su enojo, derramó el ardor de su ira;

Y encendió en Sion fuego que consumió hasta sus cimientos.

12 Nunca los reyes de la tierra, ni todos los que habitan en el mundo,

Creyeron que el enemigo y el adversario entrara por las puertas de Jerusalén.

13 Es por causa de los pecados de sus profetas, y las maldades de sus sacerdotes,

Quienes derramaron en medio de ella la sangre de los justos.

14 Titubearon como ciegos en las calles, fueron contaminados con sangre,

De modo que no pudiesen tocarse sus vestiduras.

15 ¡Apartaos! ¡Inmundos! les gritaban; ¡Apartaos, apartaos, no toquéis!

Huyeron y fueron dispersados; se dijo entre las naciones:

Nunca más morarán aquí.

16 La ira de Jehová los apartó, no los mirará más;

No respetaron la presencia de los sacerdotes, ni tuvieron compasión de los viejos.

17 Aun han desfallecido nuestros ojos esperando en vano nuestro socorro;

En nuestra esperanza aguardamos a una nación que no puede salvar.

18 Cazaron nuestros pasos, para que no anduviésemos por nuestras calles;

Se acercó nuestro fin, se cumplieron nuestros días; porque llegó nuestro fin.

19 Ligeros fueron nuestros perseguidores más que las águilas del cielo;

Sobre los montes nos persiguieron, en el desierto nos pusieron emboscadas.

20 El aliento de nuestras vidas, el ungido de Jehová,

De quien habíamos dicho: A su sombra tendremos vida entre las naciones, fue apresado en sus lazos.

21 Gózate y alégrate, hija de Edom, la que habitas en tierra de Uz;

Aun hasta ti llegará la copa; te embriagarás, y vomitarás.

22 Se ha cumplido tu castigo, oh hija de Sion;

Nunca más te hará llevar cautiva.

Castigará tu iniquidad, oh hija de Edom;

Descubrirá tus pecados.