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Luego el Espíritu me alzó y me trajo al patio interior; y la presencia majestuosa del Señor llenó el templo.

Y oí al Señor hablándome desde adentro del templo (el hombre que había estado midiendo aún estaba parado al lado mío). El Señor me dijo: «Hombre mortal, este es el lugar de mi trono y el lugar donde se posa la planta de mis pies, donde yo permaneceré, viviendo en medio del pueblo de Israel para siempre. Ellos y sus reyes ya no más pondrán en entredicho mi intachable reputación por la traicionera devoción de otros dioses, o inclinándose ante los emblemas de sus reyes.

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