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»Ciudad de Jerusalén,
quítate esa ropa de luto;
aleja tu tristeza y amargura.
¡Vístete para siempre
con el poder que Dios te da!
Que la justicia de Dios
te cubra como un manto,
y que el poder de Dios
sea la corona de tu cabeza.
Dios mismo mostrará
tu grandeza y esplendor,
y todo el mundo lo verá.
Dios te dará un nuevo nombre,
y para siempre te llamarán:
“Paz en la justicia,
y poder en el servicio”.

»Jerusalén, ponte de pie,
sube a la colina más alta,
mira hacia donde sale el sol,
y contempla a tus habitantes.
El Dios todopoderoso
los ha reunido y llamado
de todas las naciones del mundo.
Vienen llenos de alegría,
porque Dios les ha dado libertad.

»Sus enemigos los tomaron presos,
y se los llevaron a pie;
pero Dios traerá a tus habitantes
en carruajes de reyes.
Dios mismo ha dado la orden
de aplanar montañas y colinas,
y de rellenar todos los valles,
hasta que la tierra quede pareja.
Así tus habitantes,
guiados por Dios mismo,
no encontrarán ningún tropiezo.
Dios también ha ordenado
que los árboles aromáticos
den su sombra a los israelitas.
Dios guiará a su pueblo con alegría,
y los protegerá con su poder,
con su amor y su justicia».