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Aunque se escondan en la cumbre del monte Carmelo,
    allí los buscaré y los capturaré.
Aunque se oculten en el fondo del océano,
    enviaré tras ellos a la serpiente marina para que los muerda.
Aunque sus enemigos los lleven al destierro,
    ordenaré a la espada que allí los mate.
Estoy decidido a traerles desastre
    y no a ayudarlos».

El Señor, el Señor de los Ejércitos Celestiales,
    toca la tierra y esta se derrite,
    y todos sus habitantes lloran.
La tierra sube como el río Nilo en tiempo de inundaciones,
    y luego vuelve a hundirse.

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