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y con la noticia que él me trajo de que ustedes lo habían consolado. Cuando me habló del ansia con que esperan mi llegada, de lo tristes que se pusieron y de la gran preocupación que tienen por mí, el corazón me saltó de gozo.

Ya no me pesa haberles mandado aquella carta, aunque durante algún tiempo me dolió pensar en lo doloroso que debió haber sido para ustedes. Ahora me alegro de haberla enviado, no porque les dolió sino porque aquel dolor los condujo al arrepentimiento. El dolor que sintieron es el que Dios desea que su pueblo sienta, y por lo tanto no les hice daño.

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